No piensa moverse

El empeño de Josep Antoni Duran Lleida ha hecho que en los últimos días la llamada tercera vía tomara cuerpo y definiera su perfil. La tercera vía agruparía principalmente a Duran y al PSC –está por ver qué acaba haciendo Iniciativa–, mientras Alicia Sánchez-Camacho intenta con desespero aprovechar la situación y convertir la dinámica en un frente antiindependentista. Por lo que he leído, Sánchez-Camacho ha contactado con los tories británicos para aprender a combatir mejor a los partidarios de un Estado propio, sin querer enterarse de que Londres puede presentar con la cara democráticamente bien alta sus argumentos porque permite que los escoceses voten.
La efervescencia de la tercera vía ha sido llamativa pero breve. Y tras el desprecio de Mariano Rajoy –que aseguró no saber de qué le hablaban– vino la coña de Soraya Sáenz de Santamaría , que dijo que vale, podemos hablar de todo menos de lo que vosotros queréis hablar. En el terreno de los hechos, el Gobierno castigó a Catalunya recortando de nuevo las inversiones, ahora en un 25,5%, y redoblando los ataques al catalán, pese a que la santa Constitución obliga –parece un tremendo sarcasmo– a rendirle «especial respeto y protección» (art. 3.3). Igualmente, sigue la asfixia financiera y la invasión de competencias autonómicas, mientras que, en el frente diplomático, el Gobierno español les exige a todos que nieguen el pan y la sal a los catalanes. Completando el círculo se halla el Tribunal Constitucional, el supuesto árbitro, absolutamente parcial y presidido impunemente por un tipo – Pérez de los Cobos – que ocultó su militancia en el PP y que no se ha dado de baja, que se sepa, de un anticatalanismo que linda con la xenofobia.
Ante este panorama, las élites catalanas andan desazonadas e inquietas. Para ellos, la tercera vía sería la manera de sortear el actual «lío» minimizando las incidencias. Se han puesto en manos de Duran porque, si Rajoy no se mueve, si nada ofrece, temen un desenlace imprevisible. Y ya se sabe que al poder y al dinero les gusta tenerlo todo previsto.
Rajoy ha demostrado que no se plantea cambiar de rumbo. Todas las palancas legales se encuentran a su alcance. No ha frenado ni suavizado, como hemos visto, los ataques y las operaciones de castigo. Va a esperar. El problema de Rajoy no es CiU o ERC, ni el Govern o el Parlament. No. El problema son los catalanes que han desconectado de España y que exigen ser escuchados. Como se volvió a demostrar el pasado Onze de Setembre, son una enorme multitud. El presidente del Gobierno y los aparatos formales e informales del Estado creen que el miedo –trabajan día y noche cebándolo– y el cansancio van a ir debilitando, fracturando y empequeñeciendo el movimiento popular catalán. El president Artur Mas y los partidarios sinceros del derecho a decidir confían en que eso no ocurra.

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