Optimistas y pesimistas electorales

El Govern catalán ha pospuesto las elecciones programadas para el mes que viene. Van a ser estos los comicios más esperados de la historia, pues fueron anunciados hace casi un año por el president Torra en un momento de mosqueo tras un encontronazo –uno más– con sus socios de ERC.

Existían, hay que reconocerlo, argumentos tanto a favor de aplazar como de mantener la fecha del 14 de febrero. Estábamos en tablas, por decirlo como en el ajedrez. Por lo tanto, la decisión quedó del todo en manos del Govern y de las fuerzas parlamentarias.

Mi parecer no coincide con lo acordado. Había que abrir las urnas. Era posible si el Ejecutivo catalán hubiera tenido la determinación y la previsión que correspondía. Tanto la OMS como los expertos y los diferentes países que han celebrado o van a celebrar elecciones han puesto sobre la mesa una larga lista de medidas para facilitar las votaciones. Aplazar supone, además, amenguar el significado fundamental, crucial, que el sufragio tiene en democracia.

Cálculos e intereses
Nuestros políticos han hecho sus cálculos y han calibrado sus intereses. Los tres principales candidatos a la victoria –ERC, JxCat y PSC– han tomado, sin embargo, posturas distintas. Los dos primeros a favor de aplazar. El PSC, de votar ya (o cuanto antes).

Salvador Illa había dado la campanada al mutar en presidenciable y las encuestas le lanzaron hasta el pelotón de cabeza. El PSC, adoptando una posición a medio camino entre la desconfianza y el pesimismo, llegó a la conclusión de que debía aprovechar el dulce momento, la oportunidad. ‘Peix al cove’, pájaro en mano. ¿Y si el ‘efecto Illa’ se echara a perder cual cava descorchado?

Contrariamente, el estado de ánimo de ERC y JxCat es el opuesto y barruntan que más tiempo puede traducirse en mejores resultados. Son optimistas, pues. Quizá porque concluyen que, cuando uno ha tocado fondo, solo cabe ir hacia arriba. ‘Tot anirà bé’. Quizá porque, pese a todo, pretenden redimirse y, de una vez, empezar a hacer bien las cosas en el Govern. Llevados por el buen ánimo, obvian, claro está, que lo que va mal es siempre susceptible de empeorar.

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