Tras el diluvio, Feijóo cabalga de nuevo

Cabalgaba Feijóo a galope tendido, el corcel hincando con fuerza sus pezuñas. Lo flanqueaban los medios de la derecha y los ultras de las redes sociales. “Esta vez sí”, se decía, mientras imaginaba el desplome de Sánchez. Y espoleaba vivamente al animal. Y le susurraba al oído: “Koldo…,” “Begoña…,” “fiscal general…,” incluso “Errejón…”. Estaba realmente de buen humor, entusiasmado. Diríase que excitado incluso, pues le parecía que los escándalos alrededor de Sánchez esta vez, esta vez sí, iban a acabar con él. El paisaje, con sus árboles, riachuelos y cimas, le saludaba a su paso y era como si la tierra quisiera acariciar el vientre de su caballo. Pero de repente llegó el diluvio, y los cielos estallaron. La extraordinaria catástrofe y la incompetencia de Mazón lo cambiaron todo.

Alberto Núñez Feijóo quedó, primero, absolutamente desconcertado. Como un conejo estupefacto ante los faros de un camión. Ensayó diversos movimientos sin disponer de nada que pudiera parecerse a una estrategia. Calló, balbuceó, zigzagueó… gestos casi instintivos, tentativos, impulsados por el afán de intentar apartarse, de evitar quedar políticamente atrapado, rehén, de lo ocurrido en Valencia. Una vez recompuesto, Feijóo intentó tres cosas a la vez: primero, distanciarse, incluso criticándolo, de Mazón; segundo, con el fin de mitigar los disparates de Mazón y el PP, hacer extensivas las responsabilidades al Gobierno central; y, tercero, lanzar un furibundo ataque contra Teresa Ribera, de quien dependían la Aemet y la Confederación Hidrográfica del Júcar, acusando a estos organismos de no haber informado debidamente de lo que se avecinaba. Los populares identificaron a Ribera como el eslabón débil del ejecutivo de Sánchez. No tuvieron reparo alguno, ni Feijóo ni el PP, en exportar el conflicto político español a la UE -Teresa Ribera será vicepresidenta en el Ejecutivo de Von der Leyen-, pese a su pregonado patriotismo. La ofensiva del PP contra Ribera fracasó, pero toda Europa asistió al chocante -y bochornoso- espectáculo de España boicoteándose a sí misma.

Tras el pasmo inicial, Feijóo se dio cuenta de otra cosa, importantísima. Mazón y Valencia se habían convertido en una amenaza de primera categoría. Él también estaba cercado por el barro. Tuvo claro entonces que, por una parte, si Mazón -que insistió en continuar al frente del Gobierno autonómico- iba a encargarse de la colosal obra de reconstrucción, él, Feijóo, tenía que gestionar a su vez y tan bien como fuera posible al propio Mazón. Los cambios en el Gobierno valenciano para afrontar las consecuencias de la DANA se produjeron a cuentagotas, muy lentamente. Esto es, contraviniendo lo que aconseja cualquier manual de gestión de crisis. No debió resultar sencillo, por otra parte, convencer a los posibles candidatos para que se subieran a bordo del Gobierno valenciano. ¿Quién apostaría su carrera política a la carta Mazón? Mejor esperar a que pase otro tren, debió pensar más de uno.

Quien sí que se apuntó fue el teniente general jubilado Francisco José Gan. El fichaje trae a la memoria a los militares que Sánchez utilizó para las comparecencias públicas de la pandemia del covid-19. Aquello no salió nada bien. Mazón situó a Gan al frente de la reconstrucción, un nombramiento que, conscientemente o no, conecta con la narrativa populista que pone en la picota a gobernantes y políticos -aunque hayan sido elegidos de forma perfectamente democrática- por zánganos incurables, corruptos e incapaces. Lo primero que hizo Gan fue declarar que no aceptará “órdenes políticas ni partidistas” y, a continuación, nombró a otro general retirado -Venancio Aguado- para que le echara una mano.

Cuando más feas se habían puesto las cosas para Feijóo en Valencia, entonces irrumpieron las explosivas acusaciones de Víctor Aldama contra Sánchez y un buen número de ministros y dirigentes socialistas. El tipo no presentó prueba alguna, pero da lo mismo. Las confesiones del empresario, sean verdad o mentira, suponen una bendición para Feijóo, quien pudo volver a espolear con nervio a su caballo, y jaleado otra vez por los medios afines y los ultras de las redes, volvió a decirse “¡esta vez sí!, ¡esta vez sí!”, y a imaginar la caída de Sánchez. Pronto dejó atrás Valencia, a los valencianos, a la DANA, el enojoso Mazón y todo lo demás. Pronto aquello empezó a empequeñecerse a sus espaldas. Y él se puso a repetir de nuevo, la vista fijada en el horizonte, “Koldo…,” “Begoña…,” “fiscal general…,” “Errejón…”.

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