¿Pactará?¿Cumplirá?

ERC y el PSOE comenzaron a hablar el jueves y pronto volverán a sentarse los unos frente a los otros. El candidato socialista Pedro Sánchez necesita a los independentistas para ser investido presidente del Gobierno y flota en el ambiente un moderado optimismo.

Revisemos el pasado reciente, aunque sea con premura. En verano, Sánchez decidió no formar un Gobierno de coalición con Unidas Podemos. Se agotó el plazo con lamentables simulacros de negociación y, como él deseaba, se reabrieron las urnas. Calculaba que valía la pena frustrar las expectativas creadas y llamar a votar por cuarta vez en dos años. En teoría, los resultados le reforzarían y tal vez incluso le permitirían gobernar en solitario.

La campaña de Sánchez para el 10 de noviembre fue radicalmente distinta a la del 28 de abril. Ahora el enfoque ya no era frenar a la triple derecha. Ahora consistía en darle la razón sobre Catalunya y anunciar medidas contra el soberanismo. Un ejemplo entre muchos: en el único debate televisado de la campaña, el líder del PSOE prometió volver a meter los referéndums en el Código Penal –hoy convocar un referéndum no es delito en España, ¿quién lo diría, verdad?– y culpó a la escuela catalana y TV-3 de lo acontecido. Se suponía que sumarse a la inercia discursiva de la derecha sería premiado con un diluvio de votos provenientes de la llamada mayoría cautelosa. No funcionó. El PSOE acabó debilitado, el PP se recuperó y Vox consiguió ni más ni menos que 52 escaños.

El miedo de ERC
Como meses antes, los socialistas requieren a ERC para llegar al Gobierno. Los republicanos han puesto una condición asequible: diálogo entre gobiernos para intentar encarrilar el conflicto político. Es decir, recuperar las negociaciones que el PSOE rompió hace un año condicionado por el empuje de las derechas. Es un planteamiento razonable, máxime porque tratar de arreglar las cosas debiera ser obligado para cualquier gobernante.

Los republicanos piden, además, que no haya censura previa –es decir, que se pueda hablar de todo–, y establecer un calendario así como mecanismos para garantizar que se cumplirá lo pactado. El último requisito es fundamental. ERC, presionada por el independentismo apresurado –con Carles Puigdemont y Quim Torra al frente– y la CUP, no puede permitirse que, tras situar como única condición que el futuro Gobierno de Sánchez se siente a negociar, el líder socialista no cumpla. El grupo de Junts per Catalunya también se va a reunir con los socialistas, aunque no se espera que nada positivo pueda salir del encuentro.

El miedo de los republicanos es que, como decíamos, una vez investido, Sánchez se desentienda de lo pactado y de ellos para probar de gobernar buscando apoyos aquí y allá. Es un miedo justificado. El líder del PSOE tiene un triste currículum en este sentido, pues acostumbra a decir hoy una cosa para mañana decir, o hacer, la contraria.

Ojalá la negociación del PSOE con ERC sirva a Sánchez de acicate para aclararse sobre sus verdaderas convicciones y defenderlas con valentía y coraje contra las advertencias, amenazas y chantajes miserables de propios y extraños.

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