Salvador Illa y el puigdemontismo

Seguramente Salvador Illa abandonó la Ciutadella con el ánimo resignado y un sabor agridulce pegado al paladar. El Parlament le tumbó su medida estrella, el impulso a la construcción de 210.000 pisos para plantar cara a la grave crisis de vivienda que atraviesa Catalunya. Se añadirían a los 50.000 que prometió el año pasado.

Los Comuns y ERC -responsables del fiasco del plan de vivienda socialista- se empeñaron, ambos con su estilo y motivos particulares, en resaltar las diferencias que les separan de Illa. Nadie diría que fueron ellos quienes el año pasado le encumbraron a la presidencia de la Generalitat. Quizá, en su resignación, el president mascullara entre dientes, emulando a Álvaro Figueroa, conde de Romanones, aquello de “¡Joder, qué tropa!”. Además de amargarle el debate de política general, sus socios le avisaron de que no se hiciera muchas ilusiones, pues este año bien puede ser que tampoco tenga presupuestos.

En Junts per Catalunya se regodean con este tipo de vodeviles, y se mofan ante lo precario y atascado que se encuentra el bloque de la investidura. Sin embargo, en el pasado debate demostraron que, a pesar del transcurrir de los años, no han conseguido sacudirse de encima la retórica octubrista. Siguen aún con un pie y toda una pierna en 2017. Que pretendieran que Illa les votara a favor de un referéndum de independencia es solo un botón de muestra. Se lo exigían al mismo al que llaman “anestesista” por su afán de pasar página del ‘procés’ y que recriminan que Pedro Sánchez no cumpla sus compromisos. Le reprochan asimismo que nunca se enfrente al líder del PSOE, mientras le exigen que se incline ante ellos porque, si no, el inquilino de la Moncloa se va a enterar. Por lo demás, los puigdemontistas aplican a rajatabla la consigna de ninguneo al presidente de la Generalitat, que acompasan con el ‘no’ a todo.

Se fuman un puro y celebran el galimatías entre el PSC, ERC y los Comuns, pero, extraviados en su laberinto, ni por un instante se les ocurre que tal vez sería buena idea mirarse en el espejo. Aunque únicamente fuera porque Junts es la segunda fuerza del hemiciclo. Y plantearse si no han de empezar a hacer política en Catalunya. Si, por ejemplo, no deberían intentar angustiarse menos por Sílvia Orriols y ofrecer alguna propuesta en serio a los socialistas e, incluso, claro que sí, sentarse con ellos a negociar los presupuestos. El PSC de hoy está más identificado que nunca con el PSOE, cierto, pero también es el más pragmático y alejado de cualquier frivolidad izquierdista.

Hay que saber historia, aunque sea solamente la de hace cuatro días. Y hace cuatro días, Illa pactaba los presupuestos con el gobierno de Pere Aragonès. Aquellos gestos de responsabilidad fueron muy apreciados por los catalanes, que en mayo del año pasado le hicieron ganar las elecciones. Illa sumó nueve escaños y 220.000 votos a sus resultados de 2021. Los electores lo premiaron porque hizo lo que se espera de un partido como el PSC, que es lo mismo que se espera -como saben los alcaldes ‘juntaires’ y repetía Jaume Giró- del otro gran partido en la historia reciente de Catalunya, Junts, que además es ampliamente percibido como la transmutación de lo que fue CiU. O, expresado en otros términos, porque, aunque Carles Puigdemont y los suyos se empeñan en desmentirlo, los catalanes ven a Junts -todavía- como un partido de gobierno, institucional, de los que se dedican a hacer que las cosas funcionen y el país avance. Incluso los antisistema de la CUP, tras su larga reflexión interna, han empezado a arremangarse.

A la vista de su actitud, algún observador imparcial podría concluir que a Junts lo que le mueve de verdad es lo que ocurre en Madrid, donde forcejea por logros como el catalán en Europa y la amnistía para Puigdemont. En especial por lo segundo. ¿Recuerdan cuando, en la pasada campaña electoral catalana, el líder de Junts prometió presentarse en la investidura -aunque no fuera finalmente él el candidato- y añadió que, si no alcanzaba la presidencia se apartaría de la primera línea política? Luego aquellos planes se torcieron porque la amnistía, por obra y gracia de los jueces sublevados, se postergó. Y así seguimos, con Puigdemont varado en Waterloo y Junts sin saber muy bien quién es o qué hacer. Acusando a Illa de sucursalista, jactándose de ser más patriota que nadie, pero convirtiendo al Parlament en una plaza segundona.

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