Las cartas de Mas

Las cartas y memorandos enviados por Artur Mas a líderes políticos y gobiernos europeos, de los que tuvimos noticia la semana pasada, son una maniobra inteligente. Los envíos se sitúan en el terreno argumental más ventajoso para las posiciones soberanistas, es decir, no en la defensa de una Catalunya independiente, sino en la reclamación del derecho de los catalanes a poder pronunciarse sobre su futuro. A ser preguntados.
El Gobierno español, mientras tanto, sigue empeñado en impedir cualquier consulta y se dedica en exclusiva a advertir de los males, reales o inventados, de una separación. Lo hace en los mensajes dirigidos a los catalanes y españoles, pero también al exterior, como en el argumentario que ha enviado a los embajadores y cónsules para que hagan de altavoz ante terceros países.
El mensaje de Mas es coherente con su alocución de Fin de Año y con la próxima campaña en la prensa internacional bajo el lema Let us vote (dejadnos votar). Contrasta, en cambio, con la abierta defensa de la independencia por parte de Convergència Democràtica, aunque esta dislexia es, tal vez, comprensible dado los diferentes roles que han decidido jugar el partido y el Ejecutivo autonómico.
¿Por qué las cartas y los memorandos son, me parece, una buena idea? En primer lugar, porque contradicen la sensación, entre los catalanes soberanistas, de que la capacidad del Estado en el ámbito diplomático es muy superior, prácticamente inapelable. Al conjunto del soberanismo Mas le ha dado una alegría, una inyección de moral.
Igualmente, la iniciativa tiene efectos sobre los partidos políticos y la sociedad española. En este ámbito puede contribuir a poner en crisis la actitud inmovilista y cerrada de Mariano Rajoy y el PP, que, además, en su miopía, insisten en confundir y mezclar consulta e independencia. En la medida en que traslada el debate a la escena internacional, la maniobra del president debería hacer que el Gobierno popular apreciara la dimensión política del asunto, y dejara de parapetarse en la Constitución de 1978, que Rajoy esgrime incluso para negarse a dialogar. Asimismo, quizás contribuya a que en el PP surjan quienes se cuestionen seriamente la actuación de su líder.
En cuanto a las consecuencias en el exterior, las cartas y memorandos han tenido eco en la opinión pública europea. Pero, por su parte, y sea la que sea su posición, seguramente ningún Gobierno prestará apoyo explícitamente a Catalunya mientras Catalunya no exista , esto es, mientras Catalunya no sea un Estado o se extienda la percepción de que va a serlo de forma inevitable. Si un Gobierno, en especial un Gobierno europeo, se alineara abiertamente ahora con Catalunya, le costaría un sonoro conflicto con el Gabinete del PP.

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