La paradoja plebiscitaria

Resulta esencial para entender lo que dicen y hacen las diferentes fuerzas políticas que compiten en estos comicios saber que, mientras el independentismo está ya muy movilizado -lo vimos el viernes en la Meridiana-, el resto del electorado lo está bastante menos.
Por lo tanto, en teoría al independentismo le interesa una campaña lo más tranquila posible, sin aristas, sin salidas de tono que puedan contribuir a la movilización -y por tanto, a la participación en las urnas- de los unionistas duros y de los electores que simplemente no están por la independencia.

El ‘president’ Mas y el independentismo en general han promovido la transmutación simbólica de estas elecciones, legalmente unas elecciones autonómicas, en un plebiscito sobre el futuro de Catalunya. El argumento es conocido: puesto que el Estado español prohíbe a los catalanes una consulta, el único camino es votar el 27 de septiembre como si fuera un plebiscito e interpretar los resultados de igual modo. El conjunto del no independentismo se ha negado a conceder este carácter plebiscitario a los comicios.

Sin embargo, estando como están las cosas, resulta que ahora a quien más le interesa que los electores se tomen el 27-S como un plebiscito es a los que no están por la independencia, toda vez que, como se ha señalado, necesitan urgentemente movilizar a su electorado, despertarlo, y el camino plebiscitario, el de la polarización por tanto, es el único que les puede permitir conseguirlo. He aquí la gran paradoja.

Pensaba en ello al oír la semana pasada a García Albiol proponer a PSC y Ciudadanos un pacto para ofrecer al electorado propuestas programáticas conjuntas. Y ante las declaraciones de Rajoy, quien, abandonando el discurso de la “imposible” independencia, llamaba a los que no la desean a votar para pararla: “Vaya usted a votar para que no voten otros por usted”, emulando así la exitosa fórmula binaria (o nosotros o ellos) alumbrada hace unos años por el PSC (“Si tú no vas, ellos vuelven”).

Y lo mismo cabe decir en relación a Pablo Iglesias, alguien que sabe nada o casi nada sobre Catalunya -por ejemplo: no sabe que se es catalán por elección, no por nacimiento u orígenes-, pero sí tiene claro que hay que calentar la campaña. Así es que el de Podemos soltaba en Rubí un mensaje de sobrecogedor fondo etnicista: “Esta gente de barrio que no se avergüenza de tener abuelos andaluces o padres extremeños tiene que sacar los dientes. No podéis consentir que os hagan invisibles en Catalunya. Todos a votar el día 27″.

Mi vaticinio es que, a medida que nos acerquemos al día de la votación, este tipo de mensajes apelando a los orígenes de la gente y animando a votar para impedir la independencia se harán más frecuentes y explícitos entre los que, precisamente, dicen rechazar el carácter plebiscitario del 27-S.

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