La chistera de Rajoy

Las gestiones de diversos intermediarios, en especial del lendakari Urkullu, llevan a Puigdemont a creer que si, en lugar de declarar la independencia, convoca elecciones inmediatamente es posible evitar la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Pero no se fía de Rajoy ni del PP. Han sucedido demasiadas cosas para que eso sea posible. Necesita garantías de lo que, a través de terceros, se ha ido dibujando. Intenta el jueves que Rajoy le dé esas garantías y, a poder ser, se comprometa con ellas públicamente. No lo consigue.

Dos elementos hacen que los recelos aumenten: unas agresivas manifestaciones de García Albiol y que en el último momento se impida a Ferran Mascarell intervenir en el Senado. Detengámonos un momento. Rajoy opta por quedarse quieto y no ayuda a que Puigdemont dé el salto. ¿Por qué? ¿Recibió presiones? ¿Presiones de quién? ¿Del Rey, de militares, de directivos del Ibex 35? ¿O, sencillamente, no quiso facilitar las cosas al president, sometido él también a un duro tsunami por parte de los que le exigían declarar ya la independencia?

No actuar en el instante decisivo fue un error de Rajoy. Se hubiera ahorrado tener que aplicar el artículo 155. Además, un acuerdo Rajoy-Puigdemont habría hecho estallar el independentismo. Lo vimos durante las horas en que se dio por seguro, o casi, que el president convocaría elecciones en lugar de declarar la independencia. Los estudiantes desplazaron su manifestación a la plaza de Sant Jaume para protestar; algunos consellers posconvergentes se indignaron aparatosamente; dos personalidades relevantes, Batalla y Cuminal, anunciaron su dimisión como diputados; Rufián llamó Judas al president en Twiter; las redes sociales ardieron de reproches e insultos –¡traición!–, etcétera.

Un acierto compensa un error
A su vez ,la CUP manifestaba su terrible enfado, mientras ERC se desmarcaba del president y decía que rompía el Govern. Cuando la posibilidad de una entente Rajoy-Puigdemont se esfumó, todo regresó a su sitio. Volvía la unidad y el entusiasmo a las filas independentistas. Santi Vila, uno de los mediadores, tiraba la toalla.

El acierto de Rajoy, ciertamente inesperado, compensaría de sobras, sin embargo, el error anterior. Se aplicará el 155 de forma quirúrgica, mientras se anuncian elecciones exprés para el 21 de diciembre. Seguir sus planes iniciales –prolongar la intervención de Catalunya medio año o más– hubiera supuesto adentrarse en un barrizal del que inevitablemente el Estado habría salido diezmado.

La otra gran ventaja de las elecciones que Rajoy se ha sacado de la chistera es que sitúa al independentismo en una severa contradicción. O acepta que la única legalidad vigente es la estatal o se quedan fuera del Parlament durante cuatro eternos años. Ahora, el PDECat y ERC han de digerir la nueva situación, pero saben que deberán participar en las elecciones. También tendría que hacerlo la CUP –aunque le resulte difícil–, pues el independentismo necesitará hasta el último voto para obtener una victoria rotunda e incuestionable el 21-D, algo que no va a resultar sencillo.

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