Anatomía del unionismo

Este artículo podría haberse encabezado eligiendo, en vez de ‘unionismo’, alguna otra de las palabras que suelen usarse como equivalentes: españolismo, nacionalismo español, constitucionalismo, antiindependentismo… Pero me parece que son inexactas para definir aquello a lo que deseo aproximarme, que no es otra cosa que los motivos de los que defienden que es mejor para los catalanes quedarse en España, que, en definitiva, son partidarios de la unidad.

Un segundo apunte: tomo aquí como sujeto la gente normal y corriente, la gente de la calle, los ciudadanos de Catalunya, para dejar al margen, aparte, a los políticos u otras figuras públicas que defienden el unionismo y atacan el independentismo.

Los motivos contra la independencia
En mi opinión, los motivos del unionismo son, simplificando seguramente demasiado, de tres tipos, que no resultan en absoluto excluyentes entre sí. Es decir, creo que la mayoría de ciudadanos contrarios a la independencia participan de alguna forma de más de uno de estos tipos de motivos. Cabe decir que esta clasificación halla su correspondiente reverso, su contraparte, en el campo independentista. Todos ellos, claro, legítimos.

El primer tipo sería de base identitaria. En este caso, la motivación es claramente emocional. Son personas que se sienten sobre todo o solo españolas. En muchos casos, por origen y lengua, pero no necesariamente es siempre así. Viven la catalanidad como algo ajeno o más o menos lejano, aunque muy mayoritariamente no la perciben como una identidad adversaria o enemiga. Pero no se sienten concernidos por la catalanidad -o únicamente de manera superficial- y participan de ella ocasionalmente.

El segundo tipo de motivos sería el de aquellos ciudadanos que han llegado a la conclusión de que en una Catalunya no española se viviría peor. Que formar parte de un Estado importante en el contexto europeo ofrece unas ventajas fuera del alcance de un país como el que sería una Catalunya independiente. Sumado y restado, contrapesados activos y pasivos, consideran que la unión compensa. Intuyo que este grupo es, de los tres, el minoritario.

El tercer tipo de motivos presenta un carácter más táctico. Sería característico de los ciudadanos que, aun admitiendo que tal vez la independencia conduciría a una Catalunya mejor, están convencidos de que los costes de la separación, suponiendo que esta se consiguiera, y de la etapa subsiguiente hasta la normalización resultarían demasiado altos. En definitiva: a su juicio, el precio de la independencia es excesivo y, por tanto, lo más sensato es renunciar, buscar otros caminos. En estos dos últimos grupos -el segundo y el tercero- seguramente encontraríamos, en mayor proporción que entre el primero, a personas favorables a un referéndum de independencia, pero que si se celebrara votarían que no.

Naturalmente, en este cálculo de costes en que la separación es vista como inasumible ha incidido e incide enormemente la reacción agresiva del Estado español en relación a un referéndum y a la posible independencia. Un cambio de actitud del Estado en un sentido más constructivo provocaría seguramente que este cálculo coste-beneficio se modificara.

La extrema agresividad desplegada contra el soberanismo y el independentismo por parte del Gobierno español, los aparatos del Estado y la inmensa mayoría de medios de comunicación con base en Madrid ha contribuido a reforzar el primero y, como decía hace un momento, el tercer tipo de motivos o razones. Por reacción, también ha hecho que multiplicaran los sectores que desean una Catalunya independiente.

Del segundo grupo, en realidad el unionismo se ha prácticamente desentendido. Al aferrarse a un discurso basado en el anuncio de todo tipo de desastres -reales o inventados- y en terribles amenazas de represalia, ha renunciado o se ha dedicado muy poco a elaborar mensajes en positivo que subrayaran las ventajas de formar parte de España. Tampoco ha mostrado empatía o aprecio por los catalanes. No se han oído prácticamente frases como: “Queremos que os quedéis” u “os necesitamos”. Madrid ha adoptado, en resumen, justo la estrategia contraria de Londres con los escoceses, a los cuales, además, se les hizo diversas promesas relevantes y concretas de mejora.

La España política ha sido de momento incapaz de hacer lo que, en pura lógica, debía haber hecho tras el desastre del Estatut y todo lo que ha venido a continuación: una propuesta convincente a los catalanes. Una propuesta que debería ir más bastante más allá, naturalmente, de una reforma estatutaria tan difícil como caducada.

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