Renovación del TC: chantaje y agravio

Y llega por fin el momento de renovar el Tribunal Constitucional y va Pablo Casado y arroja sobre el tapete los nombres de dos auténticas perlas: Enrique Arnaldo y Concepción Espejel. El primero, una suerte de abogado para todo de políticos del PP, relacionado, entre otros, con Jaume Matas e Ignacio González, ambos condenados por corrupción. Gracias al PP fue escalando Arnaldo en su carrera, igual que Espejel. Esta, amiguísima de la exsecretaria general del PP María Dolores de Cospedal, tuvo que ser apartada del ‘caso Gürtel’ por sus vínculos con los populares.

Casado podía haber escogido otros nombres, pues los jueces de derecha (y de ultraderecha) son multitud, pero decidió no hacerlo. Justamente eligió a Arnaldo y Espejel, de quien todos conocen su conchabanza con el PP. O lo tomas o lo dejas. Una provocación, un chantaje y una humillación, todo a la vez. Pedro Sánchez aceptó. El presidente aplicó la fría la doctrina del mal menor. Debió de temer que si no tragaba las demás renovaciones acordadas podían irse al garete, así como las negociaciones pendientes sobre el Consejo General del Poder Judicial. Encima, debió maliciar entre sí, me acusarán de ser yo quien juega sucio.

Casado y sus colegas del PP llevan muchos meses machacando a la ciudadanía con la sagrada independencia que ha de adornar a los poderes del Estado, mientras boicoteaban la renovación de un puñado de órganos. Por si fuera poco, han venido acusando al Gobierno de querer mangonear la justicia y repitiendo la demagógica receta: “Los jueces deben elegir a los jueces”. Casado tuvo incluso la cara dura de sentenciar, una vez consumada la fechoría: “Se ha cumplido la exigencia del PP de avanzar en la despolitización”.

Es normal que un puñado de diputados de la coalición gubernamental rompieran la disciplina y se abstuvieran de blanquear con su voto el bochornoso chalaneo. Lo que no sabemos es si, cuando aceptó el chantaje de Casado, Sánchez se acordó de colocar también en la balanza el agravio, otro más, que infligían a la ya muy mermada reputación de las instituciones.

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