AP-7: el gran atasco

En ‘Un día de furia’ (1993) Michael Douglas está absolutamente genial. El film empieza con William Foster (Douglas), un hombre corriente y perfectamente sensato, que se encuentra bloqueado en un atasco oceánico en Los Ángeles, justo cuando se dirige al cumpleaños de su hija. El calor es agobiante, una tortura, de manera que poco a poco el hombre va perdiendo la serenidad hasta perder completamente la chaveta y convertirse en un auténtico psicópata, que dejará tras de un reguero de caos y destrucción. La cinta ha sido interpretada como el mordaz retrato de la sociedad norteamericana de los noventa.

Bien, pues muchos de ustedes, yo mismo, debemos prepararnos para vivir una o unas cuantas veces algo similar a esa secuencia de ‘Un día de furia’ (‘Falling Down’, es su título original). Los atascos monumentales ya han comenzado, y se espera que el de Sant Joan resulte de los que hacen época. No va a ser todo, y durante la operación salida y la operación regreso de este verano el bloqueo seguramente será total, con media Catalunya atrapada en la AP-7 y sus vías conectadas.

En un intento de luchar contra lo que se nos viene encima, el Govern ha anunciado carriles adicionales, restricciones a la circulación de camiones, reducciones de la velocidad y liberar algunos peajes para aliviar el flujo hacia la AP-7, vía que atraviesa todo el país y viene a ser como su espina dorsal.

Hasta el 31 de agosto del año pasado, la AP-7 era de pago. Aquel día se acabó la concesión y el 1 de septiembre pasó a manos de la Generalitat, que la convirtió en gratuita. Mas, hagamos un alto, pues hay que matizar muy bien lo de ‘gratuita’. En este caso, simplemente significa que el coste del funcionamiento y mantenimiento de la AP-7 dejan de pagarlo los usuarios y pasa a cargarse a los bolsillos de los contribuyentes, a través del presupuesto público.

La consecuencia de dicha ‘gratuidad’ es que, como todo el mundo sabía y todos los expertos habían advertido, los vehículos que pasan ahora por la AP-7 han crecido, por ahora, entre un 40 y un 50 por ciento, apuntan los datos. Así se han originado las largas caravanas en que todos los que circulamos a motor hemos ya quedado atrapados o estamos destinados a quedarlo algún día.

Naturalmente, a estas alturas todo el mundo se pregunta, y supongo que usted, apreciado lector, también: si el final de la concesión era conocido desde hace muchos años, si todo el mundo tenía también perfecta consciencia de que la circulación por la AP-7, si se quitaban los peajes, iba a multiplicarse, ¿por qué nadie hizo nada? ¿Cómo se ha dejado que el desastre anunciado efectivamente se produjese?

Encima, nos dicen que hay que conformarse, que no hay solución clara, pues las medidas ‘paliativas’ -algunas de las cuales mencionábamos más arriba- solo sirven para aliviar moderadamente el monumental problema. Viene a ser como querer combatir una plaga bíblica de langostas armados con un matamoscas de los de antes, con la pala de plástico y el mango de alambre.

Es obvio, creo, que la mejor opción, dado que no se había tomado ninguna medida real -léase, entre otras, inversiones millonarias- para compensar los efectos de la gratuidad, era mantener los peajes. En primer lugar, porque es mucho más claro y justo que paguen los usuarios en vez de todo el mundo. En segundo lugar, porque los peajes hubieran evitado el colapso actual. El precio de tales peajes podría reducirse sensiblemente, siempre, claro, teniendo un ojo puesto en los incrementos de circulación. En caso de que, para prevenir las colas, los peajes tuvieran que subir y los ingresos superaran los gastos de gestión y mantenimiento de la AP-7, la Generalitat podría invertir el excedente en otras necesidades.

¿Por qué no se ha hecho? Porque se prefirió esperar a ver qué se hacía fuera de Catalunya. Traducido: no mantengamos los peajes nosotros si los demás no lo hacen. No vamos a quedarnos solos tomando una decisión presuntamente impopular -cobrar los peajes, aunque sean más bajos-, si los otros no lo hacen. Es imposible no percibir en tal decisión falta de convicciones, seguridad y coraje. Tampoco dejar de oír el eco de aquella campaña contra los peajes, con el lema ‘No vull pagar’, que contó con el apoyo de ERC -con Oriol Junqueras a la cabeza- y la CUP.

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