La nueva Guerra Fría ha comenzado

No suele ocurrirme prácticamente nunca, pero esta vez me quedé hipnotizado, entre la fascinación y el terror, frente a la pantalla de televisión. Transmitían desde Pekín imágenes del desfile conmemorativo del 80 aniversario de la victoria sobre Japón y el final de la Segunda Guerra Mundial. Ante mis ojos, los misiles nucleares chinos capaces de alcanzar cualquier punto del planeta, los enormes Dongfeng-5C. La China de Xi Jinping había prometido la exhibición militar más grande de la historia, y allí estaba. Además, y por primera vez, el mundo podía ver a Xi Jimping junto a Vladímir Putin y Kim Jong-un. Miércoles, 3 de septiembre de 2025.

Todo estaba perfectamente diseñado para mandar un mensaje claro y brutal. El líder chino lo resumía: “La nación China es una gran nación que nunca se deja intimidar por ningún matón, siempre valora la independencia y sigue adelante”. Le flanqueaban una veintena de jefes de Estado. Desde Europa solo viajaron el primer ministro eslovaco y el presidente de Serbia. El primer ministro indio, Narendra Modi, había regresado a casa tras participar, dos días antes, en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái, el prólogo ‘civil’ del desfile. Tampoco estaba Donald Trump, primer destinatario de las palabras de Jinping y de la anonadante coreografía desplegada. Incapaz de mantener la boca cerrada, respondía a Xi Jinping: “Les pido que transmitan mis más cálidos saludos a Vladímir Putin y Kim Jong-un, mientras conspiran contra Estados Unidos de América”.

Me sentí transportado atrás en el tiempo, a antes de mi nacimiento. A la Guerra Fría. A cuando los tanques soviéticos exhibían su poderío en la Plaza Roja, la URSS competía por la conquista del espacio y Mijaíl Botvínnik ganaba el campeonato del mundo de ajedrez. Y me di cuenta, lo estaba viendo con mis propios ojos, que se ha dado el tiro de salida a una sincera y descarnada competición por la hegemonía mundial. Son muchos los que se han aliado para acabar con el dominio de EEUU y de lo que solíamos llamar Occidente. La China ya nada tiene que ver con la China de niños paupérrimos para los que, con motivo del Domund, se pedían unas pesetas de caridad. La mezcla de totalitarismo y control de la sociedad con la economía de mercado ha producido un crecimiento económico espectacular. Algo parecido ha sucedido con la India, el país más poblado del planeta. Mientras, Putin ha impuesto su cruel liderazgo a la sociedad rusa, a la que ha imbuido de orgullo nacionalista y afán expansionista. Como todos los dictadores, Xi Jinping y Vladímir Putin se han esforzado en reescribir la historia y así justificar sus proyectos personalistas.

Las democracias occidentales y sus aliados tienen ante sí unos adversarios formidables. Mucho más, en realidad, que aquella URSS en blanco y negro de principios de los sesenta. La llegada de Trump al poder, con su prepotencia, su insensatez y sus aranceles han precipitado algo, esta nueva Guerra Fría o cómo queramos llamarla, que venía incubándose desde hace mucho tiempo. Dinamitada la venturosa teoría del fin de la historia de Francis Fukuyama, nos encontramos ante un desafío fenomenal, que probablemente superará aquel que creímos resuelto con el derrumbe de la URSS a finales de los ochenta y principios de los noventa.

Por otra parte, el regreso de Trump al poder ha supuesto la ruptura con Europa. Mira al Viejo Continente con total desconfianza, cuando no como un antagonista y una carga que hay que quitarse de encima. El inquilino de la Casa Blanca, que está triturando peligrosamente algunas de las normas de la democracia norteamericana, ha abandonado Europa a su suerte. Lo peor es que los EEUU han dejado de compartir los valores fundamentales y los principios básicos de aquello que llamábamos Occidente, y cuyas raíces se hallan en la Ilustración, el liberalismo clásico y el republicanismo. Trump, fascinado por el poder de tipos como Jinping y Putin, corroe los cimientos de nuestra civilización democrática. Mientras, la UE, tras perder al Reino Unido con el Brexit, sigue atrapada en la tensión entre los intereses estatales y los del conjunto, lo que le ha conducido a la duda y la cuasi parálisis antes la ofensiva trumpista. La ola de extrema derecha populista y la excesiva ampliación de la UE -hoy con 27 miembros- son un puñado de arena en los complejos engranajes europeos.

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