La declaración de independencia votada en el Parlament el pasado día 27, aquel viernes después de aquel jueves tempestuoso, fue una declaración sin ningún efecto práctico. Era obvio que la Generalitat no iba a poder tomar el control del país, esto es, fronteras, infraestructuras, comunicaciones, etcétera. Lo sorprendente, al menos para mí, no fue eso sino el inmediato y absoluto vacío que se produjo. Cuando apenas había nacido, la República Catalana se diluía ante nuestros ojos como un espejismo. En mi niñez solíamos divertirnos, en el patio de la escuela o en la calle, con el juego del pañuelo. Se … Continuar leyendo