El camino de la Monarquía

Los daños causados por el llamado caso Urdangarin no dejan de incrementarse. A los ya inventariados hay que añadir los inquietantes daños potenciales, es decir, la aguda amenaza que supone para la imagen de la Monarquía en España.

De un tiempo a esta parte parece que son muchas las cosas que les salen mal al Rey y a su familia. Se trata de un tipo de fenómeno frecuente en la dinámica de la opinión pública. Cuando algo empieza a torcerse, tiene muchas probabilidades de empeorar. Una mala noticia atrae a noticias de la misma especie como un imán, hace que estas se vean subrayadas, realzadas, aumentando a su vez la fuerza de la inercia, engordando la bola de nieve. Pongamos un par de ejemplos: si se difunde una información según la cual un señor se ha intoxicado por el consumo de setas venenosas o un puente se ha derrumbado insospechadamente, se multiplica automáticamente la posibilidad de que al cabo de poco oigamos o leamos que otras personas se han intoxicado por comer falsos robellones o que más puentes han decidido desplomarse.

Diría que el mismo fenómeno, huelga decir que peligrosísimo, se está produciendo en el caso de la familia real. Todo apunta que ya hacía tiempo que la reputación del Rey languidecía, pero sin duda el caso Urdangarin y la cacería de elefantes en Botsuana, junto con otros episodios menos aparatosos, han acabado por generar una situación realmente delicada para Juan Carlos, para su hijo y futuro sucesor, Felipe, y, en definitiva, para la institución.

Ante el evidente problema, la Casa del Rey ha reaccionado tirando de manual, o sea, de las técnicas que ofrecen el márketing y las relaciones públicas, a veces con acierto y a veces equivocándose, como en el caso del texto del Monarca sobre las reivindicaciones catalanas, aquel en que se refería a «galgos y podencos».

¿El objetivo de tal esfuerzo? Como suele ser el caso de tantísimos políticos, su objetivo es recuperar el terreno perdido, remontar en las encuestas. Sin embargo, existe una cuestión previa y fundamental que ignoramos si el Rey y su entorno se han planteado, aunque se diría que no o no con la claridad suficiente. Esta cuestión tiene que ver con las intenciones del propio soberano sobre hasta cuándo debe durar su reinado. ¿Ambiciona Juan Carlos reinar mientras el cuerpo aguante? ¿Piensa abdicar como acaba de hacer Beatriz de Holanda (quien hoy cumple 75 años, los mismos que tiene él)? ¿En qué momento?, etcétera. Sin estos datos fundamentales es muy complicado manejar la reputación de la familia real con acierto.

Porque no es para nada lo mismo querer ser rey todo el tiempo que uno pueda que esforzarse para ceder el trono en las mejores condiciones posibles. No es lo mismo y los caminos que hay que seguir son, naturalmente, muy distintos.

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