Salvador Illa y Pedro Sánchez volvieron a buscar, y a encontrar, la sintonía en sus discursos de balance del año político. Ambos echaron mano del socorrido letimotiv del “pasar página” e insistieron en que, con ellos, se ha dejado atrás un tiempo, los años marcados por el Procés, de nefastas consecuencias para los catalanes. Según la narrativa socialista, Catalunya ha salido de las tinieblas para adentrarse en un presente de estabilidad y progreso. De luz.
Si el PSC y el PSOE de hoy exhiben tal armonía es porque Illa ha asumido con gran docilidad los sucesivos bandazos de Sánchez. Unos movimientos fruto de las duras condiciones fijadas en distintos momentos por el independentismo. Ha sido así, por mencionar el ejemplo más vistoso, con la amnistía. Illa pasó a defenderla con aparente convicción justo después de que lo hiciera su compañero Sánchez. Ha sido de esta manera accidentalista y accidentada que se ha ido esculpiendo la agenda catalana de ambos.
Salvador Illa ha intentado lanzar, mientras tanto, algunos proyectos propios, singularmente la construcción masiva de pisos, 50.000 hasta el año 2030. Una promesa nada original -otros formularon planes parecidos en el pasado- y que, al menos a mi juicio, es difícil que veamos cumplida, lo cual no excluye que, en efecto, el precio y escasez de vivienda sea uno de los mayores problemas que hoy tiene la sociedad catalana.
Illa y Sánchez, decíamos, intentan avanzar en comandita, pero las situaciones que enfrentan uno y otro, aquí, en Catalunya, y allá, en el conjunto de España, nada tienen que ver. El presidente de la Generalitat lleva en el cargo unos pocos meses, durante los cuales se ha esforzado en emitir una serie de señales -recibir al president Pujol, pero también participar en el 12 de Octubre y colocar la bandera española en su despacho del Palau de la Generalitat- que lo ubiquen en lo que calcula que es la centralidad catalana. Además, ha evitado chocar con el independentismo. El PSC de Illa es sobre todo la representación en Catalunya del PSOE, digamos que comprensivo, de Sánchez. El de la necesidad metamorfoseada en virtud.
Más allá del Ebro, el líder español continúa dando muestras de su extrema, casi sobrehumana, capacidad de resistencia, al tiempo que hace lo posible y lo imposible -aunque no siempre con éxito- para mantener los frágiles equilibrios entre sus heterogéneos aliados. El PP de Alberto Núñez Feijóo, que llegó a Madrid proclamando que no iba a insultar a Sánchez, lo fía todo al tremendismo y -una gran equivocación- a la estrategia de aventar en torno a Sánchez tantos escándalos de corrupción -reales, inventados o a medias- como sea posible, con la esperanza de que el fango le acabará sepultando.
Salvador Illa ganó en las pasadas elecciones en Catalunya gracias en gran medida al hartazgo y frustración independentista. Luego, los partidos que representan al independentismo han estado inmersos en sus diferentes -y, en el caso de ERC, traumático- procesos congresuales. Ha podido el socialista actuar, pues, con notable tranquilidad. Lo cual no significa que no haya cometido algún error. Quizás el más vistoso es el anuncio de recortar drásticamente las horas de literatura catalana y castellana en Bachillerato. La consellera Niubó tuvo que rectificar aparatosamente.
Todo conduce a pensar que a Illa se le van a ir complicando las cosas progresivamente. Por una parte, los independentistas, una vez superadas sus cuitas inmediatas, van a esforzarse en ejercer una oposición contundente (una de las conclusiones claras del congreso de ERC, más allá de la elección de Oriol Junqueras, es que el partido debe ser más duro con los socialistas). Por otra parte, a medida que el tiempo avance, se le va a exigir el cumplimiento de sus promesas de ahora. Y se le va a poder evaluar. A pesar de ello, Salvador Illa puede conseguir lo que anhela, esto es, consolidar una posición políticamente hegemónica en Catalunya, que, si las dos grandes fuerzas independentistas no reaccionan adecuadamente, puede durar al menos dos o tres legislaturas.
No tan despejado se dibuja el futuro de Sánchez, que va a seguir sufriendo, soportando un calvario -y en eso Puigdemont sin duda va a tener mucho que ver- para poder seguir avanzando. Dicho esto, y aunque PP y Junts han descubierto que pueden concertarse para martirizarlo a su antojo, no los imagino cerrando una moción de censura para derribar al gobierno de Sánchez. No creo que tal cosa suceda durante el 2025, aunque algunos, en Madrid, se deleitan enormemente fantaseando con la idea.